Relatos:La obra del edificio

De Bestiario del Hypogripho

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En el mundo de Calcaterras había una obra de un edificio. Nueve potencias de nueve hormigas de ocho brazos lo estaban construyendo con todas sus fuerzas. Y esas eran muchas fuerzas. El edificio llegaba a 50.000 habitaciones y eso era con un 1% completado. Ancho como era alto como era largo, el edificio de gris concreto estaba lleno de minúsculas e inmensas ventanas cuadradas. Una obra perfecta de brutalismo. Tal vez ni siquiera se suponía que el edificio (así, en minúscula, aunque era el primer edificio) se terminara.

Pero un pequeño termito-araña llamado Saborabo estaba en contra de la obra. Los martillos neumáticos operados por las millones de hormigas por millones de segundos lo habían dejado profundamente traumado. Lo único que le importaba era tirar el edificio y volver a su agujero en la tierra (donde casualmente también sí vivía un Hobbit, pero esa es otra historia). Saborabo salió y la luz de los cuarenta y un soles le quemaban, pero su caparazón de estalagmita grumáz lo resistía. Negro como el Universo, Saborabo se dedicó a intentar tirar al edificio con sus patitas. Hacía esto por sus hijos y los hijos de sus hijos y los hijos de sus hijos de sus hijos... todos los cuales iban a venir a cenar esa noche. Pero con cuarenta y un soles las noches tardaban millones de años porque requerían que ninguno de los soles iluminen justo entonces. Saborabo tenía tiempo, de eso estaba seguro.

Mil órbitas después de la Estrella Menor, el edificio seguía incolumne. Saborabo había empujado tantas veces que muchas veces sus piernitas se le cayeron y tuvo que crecer unas nuevas. "Si tan solo tuviera ocho musculosos brazos como esas hormigas", lamentó Saborabo, sintiéndose deshidratado a pesar de que se alimentaba del rocío. "Bueno, un empujón más y me vuelvo". Claramente, este pensamiento era irracional; debía tratarse de puro orgullo. Después de haber empujado miles de miles de miles de veces, ¿Qué hacía un empujón más?

Y con el último empujón todo el edificio se cayó como un castillo de naipes. Las inmensas vigas tiraban otras vigas y las grietas se multiplicaban fractalmente. Como Saborabo tenía 16 ojos simples, pude ver todo de una manera espectacular. Todas las habitaciones vacías se habían convertido en escombros a su pies, una pila que parecía llegar casi hasta el horizonte.

... ¿Horizonte? ¡No había tal cosa! Ahí, y cuando quiso llegar a su casa, Saborabo conoció el auténtico horror: Había tardado tanto que el mundo entero estaba cubierto de edificios. No había agujero, ni hobbit, solo la multiplicación de ventanas cuadradas en los picos grises y cuadrangulares una urbe sin fin. Deshabitada.

⚜️[editar]

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Un elemento de este artículo (edificio indefinidamente construido por hormigas) está inspirado en la novela siguiente:
"Ciudad", de Clifford D. Simak
No posee ninguna relación canónica con ello.

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