Relatos:Hombre motamágico

En el corazón de las distantes tierras de Eldor, donde los rayos del sol acariciaban con ternura las suaves colinas, se alzaba un pintoresco pueblo que vivía a la sombra de un majestuoso castillo. La vida tranquila de los aldeanos, caracterizada por días de paz y noches serenas, fue repentinamente desgarrada por la llegada siniestra del ejército esquelético comandado por el temible nigromante Tenebris.
La noticia de la inminente amenaza se extendió como un reguero de pólvora entre los habitantes de Eldor. Los murmullos de miedo se entremezclaron con la brisa suave que solía llevar risas y cantos. Los aldeanos, que antes tejían sus días con historias cotidianas y quehaceres apacibles, ahora se veían inmersos en un torbellino de incertidumbre. El pueblo, que una vez fue un refugio de seguridad, se convirtió en un crisol de ansiedad mientras se preparaban para el inevitable enfrentamiento.
Un viento gélido de desesperación recorrió las calles empedradas mientras la oscuridad se cernía sobre el castillo, y el eco inquietante de huesos reanimados resonaba en el aire como un sombrío presagio. Los comerciantes cerraban apresuradamente sus tiendas, las risas de los niños se apagaban y las plazas, que solían albergar mercados bulliciosos, se tornaban desoladas. La sombra de Tenebris se proyectaba sobre Eldor, eclipsando la luz que antes guiaba la vida de sus habitantes.
Sin embargo, en medio de la creciente sombra, surgió como un rayo de esperanza en la penumbra Motarius Strange. Su figura imponente, un equilibrio perfecto entre lo enigmático y lo grotesco, se deslizó con gracia entre las montañas, como si fuera una criatura de la misma oscuridad. Motarius, el cambiante portador de los misteriosos poderes motamágicos, llevaba consigo una risa que oscilaba entre la alegría y la malicia, como el eco lejano de un circo macabro que anunciaba su llegada.
En un gesto teatral, Motarius desató su magia con una maestría única. Las fuerzas esqueléticas del nigromante fueron desmanteladas con la misma facilidad con la que se deshoja una flor. Los esqueletos, antes obedientes a la voluntad oscura de Tenebris, fueron ahora atacados por criaturas con el rostro de Motarius, así como por gólems y constructos de apariencia similar que parecían surgir de su chistera mágica.
Los habitantes de Eldor, al presenciar este espectáculo de magia deslumbrante, se asombraron y al mismo tiempo se llenaron de esperanza. El rumor de la victoria de Motarius se propagó más rápido que el miedo que antes había paralizado el corazón del pueblo. Los aldeanos, inspirados por la valentía del mago errante, comenzaron a reunirse en las calles, armados con la determinación de enfrentar juntos la oscura amenaza que se cernía sobre ellos.
Los huesos cayeron al suelo en un retumbar ominoso y, con un último hechizo de Motarius, Tenebris, el maestro de las artes oscuras, quedó reducido a una grotesca marioneta de extremidades estiradas, temblando en un ovillo nudoso que reflejaba la desolación de su derrota
A medida que Motarius corría hacia la aldea, sus pasos dejaban tras de sí un rastro de magia que restauraba la esperanza en el corazón de los aldeanos. Su colosal tamaño se redujo gradualmente hasta convertirse en el de una persona normal, y la risa que antes llevaba consigo ahora resonaba como una melodía reconfortante. El pueblo, liberado del yugo oscuro, se iluminó con una nueva vitalidad mientras Motarius Strange, el héroe inesperado, se convertía en el guardián de la paz en las tierras de Eldor.
Mientras el sol volvía a iluminar las colinas de Eldor, Motarius Strange permanecía entre los aldeanos, aceptando la gratitud de aquellos a quienes había liberado de la opresión de Tenebris. Sin embargo, en su mirada enigmática y susurros misteriosos, los lugareños encontraron algo más que un simple salvador. Motarius no era un héroe convencional; su presencia sugería que la magia que fluía a través de él no estaba completamente comprendida ni controlada por nadie, ni siquiera por él mismo.
Conforme las historias de la batalla se extendían por el pueblo como un fuego encendido por la esperanza, Motarius Strange se convirtió en un ser legendario, un símbolo de resistencia contra las fuerzas oscuras. Las noches en Eldor ya no estaban impregnadas de miedo, sino de admiración por el extraño mago que había surgido de la nada para salvarlos. Los niños imitaban sus gestos mágicos, y las madres tejían relatos sobre su origen, tejiendo hilos de fantasía y realidad en una narrativa que trascendía los límites de lo conocido.
Sin embargo, la extraña risa de Motarius, inicialmente portadora de la promesa de liberación, se transformó en un presagio inquietante cuando este extraño mago, días después, en medio de su alocada diversión, empezó a manipular la realidad de maneras caprichosas y retorcidas. Los primeros indicios de su extraño poder se manifestaron durante un baile festivo llevado a cabo en la siguiente semana. Un grupo de aldeanos, danzando alegremente en círculo, experimentó una transformación repentina: sus manos se fusionaron en una masa inexplicable, sumiendo la alegría en una desolación desconcertante.
No obstante, el verdadero terror se desató cuando Motarius, en medio de uno de sus delirios, se volcó contra la aldea entera. Con un simple gesto de su mano, el color de las casas se volvió efímero, cambiando de tonalidades de manera constante y desconcertante. Los animales que deambulaban por las calles adoptaron formas grotescas, como si fueran criaturas salidas de un sueño perturbador. Algunos aldeanos, víctimas de la imprudente magia de Motarius, se encontraron transformados en parodias de sí mismos, asumiendo la apariencia de payasos, arlequines y mimos cuyas ropas parecían fusionarse con sus cuerpos de manera surrealista.
La aldea, una vez liberada de la amenaza esquelética, se vio ahora atrapada en las maquinaciones caóticas de Motarius Strange. La risa que una vez había traído esperanza se convirtió en un eco inquietante que resonaba por las colinas, marcando la llegada de un nuevo capítulo de incertidumbre y desconcierto en las tierras de Eldor.
Poco a poco la demencia de Motarius se intensificaba mostrando la criatura que realmente era, y sus travesuras se volvían cada vez más perversas, sumiendo al pueblo en una espiral de caos y desesperación. Los aldeanos, que alguna vez celebraron su llegada como un salvador, ahora se encontraban atrapados en el vórtice de la locura desatada por el cambiaformas.
En un día fatídico, el cambiaformas decidió atacar la fuente vital del pueblo: el agua. Transformó el líquido vital en mechones de pelo, y aquellos que bebieron de ella o la tocaron se vieron condenados a una calvicie repentina y cruel, una burla grotesca a la vulnerabilidad humana. Incluso el príncipe, conocido por su hermosa melena, no escapó de la maldición de Motarius. Pronto se reveló la clara correlación entre los males que afligían a la aldea y las acciones del extraño allegado.
La noticia de esta nueva afrenta del cambiaformas se extendió como un reguero de pólvora entre los aldeanos, desatando una ola de pánico y desesperación. Las risas que antes resonaban como un eco lejano de esperanza ahora se ahogaban en la tristeza y la ira. Los habitantes de Eldor, una vez unidos por la amenaza esquelética, se encontraban divididos por el caos sembrado por el mismo ser que creían su salvador.
La respuesta del pueblo fue una explosión de furia y traición. Motarius fue capturado, encarcelado y rápidamente sentenciado a la ejecución. Sin embargo, la muerte no marcó el final para el cambiaformas. Colgado en el patíbulo, Motarius interpretó su propia ejecución como un siniestro juego de ahorcado. La plaza central, que antes acogía mercados bulliciosos y celebraciones, se convirtió en un sombrío escenario de la Ruleta de la Fortuna.
El castillo se transformó en un escenario surrealista donde aquellos que, tras varios intentos, no lograban adivinar las frases y respuestas correctas ocultas en el tablero, compartían el mismo destino del cambiaformas. Los cadáveres colgantes, en un giro macabro, parecían sonreír y danzar grotescamente, creando una visión surrealista y aterradora, como una especie de tétrico teatro de marionetas vivientes. El pueblo de Eldor, sumido en la locura y la distorsión, se desmoronaba en el abismo de una realidad alterada creada por las manos mágicas y retorcidas de Motarius Strange.
Fue un trágico final para un lugar que nunca imaginó la pesadilla que aguardaba tras la fachada de aquel que se autodenominaba su salvador. Las colinas que alguna vez fueron testigos de la suave caricia del sol ahora se veían empañadas por la sombra de un mal inimaginable, una ilusión oscura que eclipsaba incluso el recuerdo de los días de paz y noches serenas que una vez caracterizaron a Eldor. Los vestigios de la tranquilidad pasada se desvanecieron ante el sombrío telón de la tragedia que marcó el destino de este pueblo envuelto en caos y desesperación.
Otros relatos sobre Motarius Strange[editar]
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Artículo original de Imontegav Para proponer cualquier cambio o adición, consulte a los autores. |
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