Relatos:El que abre el camino

De Bestiario del Hypogripho

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El interior de la mansión era ostentoso y sombrío. Cada uno de los invitados estaba fascinado con lo extravagante del lugar; todos reían y bebían mientras celebraban Halloween: brujas, demonios y otras criaturas de la noche hacían acto de presencia a través de disfraces, cada uno representando su papel en aquel festival de la blasfemia. El anfitrión vestía como un imponente faraón egipcio, cosa que iba de forma idónea con algunas decoraciones de la sala donde se desarrollaba la fiesta; una sala enorme alfombrada de terciopelo dorado, y cubierta por unas siniestras cortinas negras. Estatuillas egipcias decoraban los mobiliarios, jeroglíficos las paredes y tétricas calabazas iluminaban melancólicamente los rincones.

La mansión era el hogar de un excéntrico y amante de las antigüedades, por lo que el sitio albergaba incontables reliquias de tiempos remotos. No obstante, ni las esculturas faraónicas de diorita con formas de gatos y chacales, ni los escarabajos de lapislázuli, se comparaban con el colosal sarcófago negro que yacía al final de la sala.

La momia que estaba en el interior del sarcófago era excepcionalmente alta. Poseía notables señales de ser muy antigua, aun así, lo que de verdad despertó la curiosidad en los invitados, fue su forma: el pecho le sobresalía de forma anormal, la cabeza era estrecha como la de un murciélago, con una nariz grande y larga, dos orejas enormes le salían entre los vendajes, y sus labios oscuros exhibían un gesto críptico, espeluznantemente sardónico que dejaba entrever unos dientes afilados que brillaban ominosos bajo la luz.

Poco a poco el ambiente festivo fue menguando hasta ser reemplazado por un miedo reptante; en el aire se había instaurado algo siniestro. Ya nadie reía, solo se limitaban a contemplar a aquella aberración momificada en el sarcófago.

El anfitrión para despejar el temor en sus invitados, había empezado a quitar las vetustas vendas que cubrían a la momia para que vieran que aquello solo era huesos y polvo; solo otra adquisición más gracias al mercado negro egipcio.

Lo que ocurrió a continuación, dejó a varios al borde de la locura.

Los ojos de la momia habían quedado al descubierto; ojos que miraban a los presentes con vileza. El horror se apoderó de todos cuando la cosa comenzó a hacer esfuerzos por liberarse; se retorcía con desmedida fuerza. Lo primero en emerger de entre las vendas fueron unas garras negras y huesudas, luego unas piernas largas que crujían por el repentino esfuerzo luego de miles de años en reposo. En cuestión de segundos, erguido sobre el sarcófago como un vengador de tiempos olvidados, estaba aquel ser terrorífico e imponente.

Nadie pudo emitir grito alguno, ni siquiera notaron sus muertes, pues el gran salón había sido consumido por una nube de oscuridad eterna que emergió del hocico de aquella extraña momia; pues los egipcios no adoraban a dioses ficticios, sino a verdaderos seres provenientes de las estrellas; y aquel, el que abre el camino, el señor de la necrópolis, Anubis, era uno de ellos.

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