Relatos:¡Que coman pastel!
Corre un nuevo siglo y el Teniente General está conforme. No feliz, porque la disciplina le impide conocer la felicidad; sería indecoroso. Pero la conformidad es mejor que el brío, porque ésta representa el status quo, en el ánimo así como es el reflejo de los hechos. La represión fue exitosa, y a lo largo y ancho del país reina el orden y la legitimidad de los fusiles. Aquellos sublevados, que se creyeron capaces de cuestionar eso que Dios puso en su lugar como el Estado y la Civilización, pagaron con su sangre inmunda el precio de su soberbia. Las calles y plazas fueron purificadas de ideas, dando así más lugar a la organización técnica de la vida, y la era naciente del automóvil y de las industrias internacionales. Por ello, no se le puede reprochar al Teniente que desee celebrar tan importante logro. Incluso, no se le puede reprochar que se junte con los estancieros y otras gentes de altas alcurnias para admirar sus obras, su triunfo, y el país que, de nuevo, el hecho y el derecho confirma que les pertenece. No se los puede culpar por querer una ocasión especial, en la cual la sencilla cocina de las esposas (confinadas, como es debido, al servicio de sus hombres y la crianza de los hijos) sea reemplazada ésta vez por un elaborado banquete; pues es su prerrogativa como hombres de bien hacerse con los frutos de la Tierra y el Trabajo, y administrarlos de la manera más conveniente que les parezca. Sin embargo, los invitados no esperarían una gran involucración personal del Teniente, ni agasajos excesivos de su parte. Después de todo, era un hombre de gustos sobrios tanto en la casa como en el campo; prefería la sencillez de los asados al bochinche de las fiestas; y el ascetismo y rapidez de las ejecuciones masivas antes que la suciedad y lentitud de las torturas. Se sorprenderían sus huéspedes si supieran que, para esa ocasión especial, había ido él mismo a comprar un pastel gigantesco al centro de Buenos Aires, con la esperanza de ganarse el favor de las clases acomodadas. Había oido que tal era la nueva moda en los países centrales, que ellos tanto admiraban, y ayudaría así obtener el ascenso que bien merecía por su desempeño en la defensa de sus bienhabidos privilegios. Se sorprendería el Teniente mismo sin embargo, si supiera que el maestro pastelero era Anarquista, miembro del sindicato de panaderos de Malatesta. Se sorprendería aún más si tuviera tiempo de enterarse, entre el ruido y el vuelo, que en el interior de la torta hay aire, fuego, dinamita, y una mecha encendida.
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30/11/2015
15:22 hs