Lírica:6999 Espejos

De Bestiario del Hypogripho

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Parecen eones desde que conté los fragmentos de mi último Espejo. En la mesita de luz, en la calle encontrada, los había dejado como testigos de mi humildad. Cada uno de ellos un portal a un mundo desconocido: Cada uno de ellos, inútil, y obsoleto.
Me negaba a verlos como fragmentos de mi propia personalidad. Eran algo que ya había abolido. Ellos, como las paredes, huían de mí. El Otro, ese que me daba órdenes... sin el espejo no podía manifestarse. Pero aún había otros espejos. ¿Debía romper todos los círculos del mundo?
El río que me atormentaba no reflejaba más que las luces de los barcos. Decidí alejarme del resto de la ciudad sin alejarme del río. Su brisa clara y milagrosa aún despejaba las nubes de la tormenta que engullía al mundo. Mudé pieles y mude estetoscopios; al fin me mudé a una comunidad sin espejos, para olvidar al Otro y a todas sus apariencias oscuras del otro lado de las dimensiones personales, físicas y temporales. A todas sus directivas absurdas de la razón que lo exigía todo sin dar u ofrecer jamás nada a cambio. El Otro era el nombre del deber, pero también de un deseo que no tenía fondo ni límites... como ese otro lado también, del otro lado del espejo. El espejo que ya no veía, y apenas recordaba.
Clásicos amaneceres poblaban mis días. Vivir en carpa, lentamente. Ser un nómada siempre en el mismo lugar. Así hice mi esquema, y cuidadoso lo escribí en papeles para que no se perdieran y para estar seguro de que esa se había convertido en mi realidad, en la única realidad. Sin embargo, mientras yo jugaba a ser uno, los mundos posibles se cerraban a mi alrededor. ¿Podía tener paz interior sin guerra al mundo? No.
Ellos cerraron las puertas. Los custodios amenazaron con genocidios varios. Yo estaba ahí y mis compañeros no me dejaron resistirme. Era una comunidad de paz, y no de guerra. Paz frente a su propio exterminio. Caminé entonces de los días y las noches las nuevas calles y la nueva tierra de piedras artificiales que se cerraban. En mis pies descalzos, ya incapaces de tocar la hierba y los sapos y las luciérnagas que poblaban antes el lugar... sentí la desolación de la máquina, del concreto y el acero que todo lo aplastan y dominan como una cortina permanente de muerte, de infertilidad y de miseria. De aislamiento y de desconexión.
¡Y decían que eso era también, nuestro espejo!
Pues mi espejo no sería. Entonces me di cuenta de que no todos tienen que ser vidrios mostrando la imagen de nuestro rostro. Hay otros reflejos sin fondo, todavía más dolorosos y más fantasmagóricos. Fui a todos los talleres y todos los centros y periferias. Llevé el mensaje de crisis y de desesperación. Pero la respuesta no se hizo ver. Los sujetos, ensimismados, miraban sus propios espejos. Tan feliz estaba yo de haber dejado atrás los fragmentos que olvidé que tantos aún poseían uno igual. Ese, el primero. ¿Podría quitárselos y destrozarlo, a martillazos? No. Lo intenté una, dos, tres veces, y casi me matan defendiéndolos. Pensaban "escondes el tuyo e intentas quitarnos los nuestros para ser el único. Para tenerlo mientras nos privas"... ¡Si tan sólo supieran lo maldito de ese elemento! Pero no había tiempo. El asfalto estaba cubriendo las ramas y los relojes. Aplastaba las ramas y quedaba pintado apenas con los charcos de sangre, minutas manchas en la extensión gris sin principio ni final. Me decidí. Sería mía, como antes, la burbuja de las herramientas. Tomaría mojadas, del fondo del río, las barras de metal para cumplir mi cometido. Me hidrataría bañándome en al agua. El concreto avanzaba seco y amenazante, cubierto por nubes de polvo de tierra quemada. Ese, "nuestro espejo". El que nos acorralaría y asesinaría. El que había enviado amenazantes sus emisarios de piedra caliza. El que colocaba figuras muertas de arcilla, como ejércitos del voto para justificar su imperio. Sentía que mi propia agua se drenaba en su cercanía, incluso cuando iba a enfrentarlo. Sentía que me deseaba convertir en parte de la mezcla, en absorber mis elementos y dejar solo secándose la piel, los ojos, los órganos, el cerebro. Que se iba a hinchar con mi sustancia y multiplicar en más cuadrados a través del globo. Vara en mano, me resistí. Y en el miasma naranja, irrespirable -del viento sin árboles para cubrirlo, de la tierra sin hierba para contenerla- nadie podía verme, ni yo mismo. Pero sentí el asfalto y su presencia drenadora bajo mis pies descalzos. En mi mano, los aceros alternativos y aleaciones robadas para destrozarlo. No bastaba con un sólo golpe. Eternidades enteras transcurrí luchando. Pero cuando el polvo se disipó, no había asfalto, concreto... ni el ejército de demonios esclavos que lo obedecían. Deshecho me había de su reflejo de sol y de sus espejismos artificiales. Con mucho esfuerzo el verde crecería de nuevo.
Pero aún quedaban 6998 espejos...

Serie de los Espejos[editar]

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05/04/2015 – 4:16 hs (antes en verdad; esa era la última modificación)