Los perros eran ordinariamente los fieles compañeros de los mágicos; el diablo les seguía bajo esta figura para no dar tanto que sospechar; pero se les reconocía siempre, a pesar de sus disfraces. León, obispo de Chipre, escribió que el diablo salió un día de un espiritado bajo forma de un enorme perro negro, pero no dice por qué parte salió. Si se cree a Bodin, había en un convento un perro que levantaba los vestidos a las religiosas para engañarlas e inclinarlas al mal; los padres directores acabaron por descubrir que era un demonio, con el cual las monjas cometían lo que ellas llamaban el pecado mundo. (Demonomanía de los brujos, lib. 3, cap. 6)[r 1].