Bestiateca:El fruto del deseo: Connotaciones sexuales de la mandrágora desde Egipto hasta la Edad Media

De Bestiario del Hypogripho

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[b 1]

Irene GONZÁLEZ HERNANDO
Universidad Complutense de Madrid
Departamento de Historia del Arte I (Medieval)
irgonzal@ucm.es
Recibido: 22/4/2017
Aceptado: 30/5/2017
Revista Digital de Iconografía Medieval, vol. IX, nº 17, 2017, pp. 61-79.

Resumen: En este artículo se analiza, desde el punto de vista iconográfico, el fruto de la mandrágora y su asociación con la sexualidad y el erotismo, así como su aplicación terapéutica en el terreno ginecológico. Contiene una primera parte dedicada a su presencia en Egipto, una segunda dedicada al ámbito grecorromano, y una tercera a la Edad Media, de modo que sea posible ver las conexiones entre la Antigüedad y el mundo medieval, y observar las reinterpretaciones de la tradición científica y artística a lo largo de la historia occidental.
Palabras clave: botánica; sexualidad; Dioscórides; mandrágora; arte.

Abstract: This paper is an iconographical analysis of the mandrake fruit, its association with sexuality, and its therapeutically application in gynecological practices. The first part describes the presence of the mandrake in Egypt, the second part deals with the transmission of this specimen in Greek and Roman times, and the third part focuses on the Middle Ages. In that way, it is possible not only to understand the connections between Antiquity and the Middle Ages, but also to pay attention to the reinterpretation of scientific and artistic tradition throughout the Western history.
Key words: botany; sexuality; Dioscorides; mandrake; art

Introducción[editar]

La mandrágora es una planta mediterránea que ha dado lugar a una serie de creencias en torno a sus propiedades terapéuticas, que son básicamente de dos tipos, analgésico-sedantes y ginecológicas[r 1].

Es, en cualquier caso, una planta poco frecuente, que requiere bastante agua y un clima cálido, tolerando mal la sequía, por lo que crece con facilidad en los bordes de caminos, los márgenes de los ríos y las zonas pantanosas como las marismas. Sin embargo, es difícil de cultivar en otras zonas, por la cantidad de riego y cuidados que precisa, cuestión que se aprecia fácilmente en las representaciones de jardines egipcios, como el que se incluyó en las pinturas murales de la tumba de Deir-el-Medina del escultor Ipuy (contemporáneo de Ramsés II, c. 1279-1213 a.C.), un verdadero vergel irrigado por un canal, en el que es visible una planta de mandrágora situada en un extremo. Así pues, es esta una especie que se puede recolectar en estado salvaje o cultivar en jardín, tal como hicieron las élites egipcias de la dinastía XVIII o, mucho tiempo después, los médicos andalusíes de Córdoba en el siglo X.

Además, la mandrágora es difícil de reconocer a simple vista, pues rodeada de otras plantas en los márgenes de los ríos, y cuando no está ni florecida ni con frutos, podría pasar por una simple lechuga o un vulgar cardillo[r 2]. Es cierto que sus frutos amarillos, ovoides o redondeados, no pasan desapercibidos a un ojo acostumbrado a reconocer plantas. Sin embargo, mucho más llamativa y singular es su raíz, muy desarrollada y de aspecto casi antropomorfo, ya que se compone de un núcleo grueso a modo de tronco humano y apéndices que sugieren las extremidades; pero este elemento no se hace visible hasta no arrancar la planta.

Es, asimismo, una planta que tiene un escaso uso cotidiano, ya que su alta toxicidad la hace prácticamente inservible como alimento, restringiendo su utilización al campo terapéutico[r 3]. Pero ni siquiera en el terreno médico tiene una fácil aplicación, ya que es necesario afinar tanto su dosis que hay más riesgo de intoxicación que de cura. A este respecto el grueso de propiedades sedante-anestésicas se concentran en la raíz, depositaria de la atropina, hiosciamina y escopolamina. El resto de elementos de la planta (hojas, flores, semillas y frutos) quedaron en segundo plano en los recetarios antiguos y medievales, y cuando se incluyeron fue generalmente para indicar otros usos que no era los sedantes, tales como combatir la hidropesía o las enfermedades de la piel, regular la menstruación o favorecer la fertilidad[r 4]. No es casual que fuese el fruto, la única parte comestible de la planta, la que se usase con fines sexuales. De hecho, hemos de pensar en el fruto como una suerte de placebo o sustancia casi inocua, que no hacía ni bien ni mal, pero que llevaba a pensar a quien que lo consumía que sería más fértil y concebiría antes.

La mandrágora es un género de plantas de la familia de las solanáceas que agrupa diversas especies, aunque solo dos de ellas crecen en el entorno del Mediterráneo, siendo estas las que recorren la historia desde la Antigüedad hasta la Edad Media, dejando evidencias artísticas significativas. Se trata de la mandragora officinarum, de frutos ovoides, que es la más abundante en Italia, Grecia y Oriente Próximo y que corresponde con la descrita por Dioscórides y Plinio el Viejo como mandrágora macho o masculina; y la mandragora autumnalis, de frutos esféricos, la más abundante en áreas pantanosas de la mitad sur de la península ibérica y que se corresponde con la descrita como mandrágora hembra o femenina[r 5]. Entre estas dos, la mandragora officinarum tuvo mucha mayor incidencia artística y científica.

Diversas publicaciones han concentrado su interés en la raíz de la mandrágora, ya que, como hemos avanzado, es la que claramente tiene mayor concentración de atropina, produciendo efectos tales como sedación, pérdida de la consciencia y alucinaciones. Es, además, la que permitió el desarrollo de una iconografía de mayor contenido mítico-simbólico, pues el antropomorfismo de la raíz se prestaba fácilmente a la construcción literaria. Menos atención ha merecido el fruto de la mandrágora, al menos desde el punto de vista iconográfico, pues si bien se ha resaltado la unión entre la planta y los llamados “usos de Afrodita”, falta una investigación histórico-artística de conjunto que ponga de relieve el origen y transformación de este elemento y los significados asociados. Es lo que haremos en el presente artículo, dedicando la primera parte a su presencia en Egipto, la segunda al ámbito grecorromano, y la tercera a la Edad Media, contemplando la triple dimensión de la cultura desarrollada simultáneamente en latín, árabe y griego. Tendremos que compaginar el soporte librario con otros medios artísticos, como la pintura mural o las artes suntuarias, aunque estos solamente tuvieron un peso significativo en el terreno egipcio.

La mandrágora en Egipto[editar]

En Egipto, la atención por la mandrágora recayó casi siempre en su fruto, al que se le adjudicaron propiedades afrodisíacas. Poco interés parece haber recibido la raíz y sus propiedades sedantes. Fue un cultivo introducido durante el Imperio Nuevo y en particular con la dinastía XVIII (c. 1550-1295 a.C.), seguramente importando la planta desde la zona de Palestina, Líbano y Siria, donde era conocida con anterioridad y, presumiblemente, crecía en estado salvaje[r 6]. Sin embargo, en Egipto hubo de plantarse, asegurando una buena irrigación, pues de otro modo hubiera sido inviable tener una producción significativa de esta especie botánica. Era, pues, una planta cultivada ex profeso en los jardines de la élite[r 7] y no una planta recolectada en los lugares de crecimiento natural. Es lo que se aprecia en las pinturas murales de las tumbas del escultor Ipuy, del escriba y contable Nebamum, y del gobernador de Tebas y visir Rekhmire. En este último ejemplo, la tumba de Rekhmire, se aprecia que la mandrágora crece junto con otras especies habituales en zonas húmedas, como el papiro y el loto, y bajo otras de zonas más áridas como las palmeras datileras y sicómoros. La relación entre el loto y mandrágora tuvo mucha fortuna en Egipto y se repitió en otros objetos, tal vez por el aroma intenso que ambas exhalaban.

Pero la mandrágora no era solo una planta real que se cultivaba en los jardines de las élites, sino que también era un motivo simbólico que, aislado o conjuntamente con la flor de loto, aludía a la fertilidad. Ejemplos de todo ello podemos ver en el pectoral que lleva Nefertiti en el busto de Berlín así como en los pectorales que porta Tutankamon en sus distintas representaciones, ornamentados con bayas de mandrágora. Asimismo, en la dinastía XVIII se popularizaron objetos de adorno personal con forma de fruto de la mandrágora, siendo frecuentes los colgantes de fayenza con esta forma que, llevados sobre el cuerpo, propiciarían la fertilidad[r 8]. Con un sentido muy similar debieron realizarse las escenas de banquete de la Tumba de Nebamum, escriba y contador de grano de la dinastía XVIII (c. 1500 a.C.) y de la Tumba de Najt[r 9], noble, escriba y sacerdote del reinado de Tutomosis IV (c. 1400-1390 a.C.). En ellas, unas mujeres que portan conos de perfumes en sus cabezas intercambian frutos de mandrágoras y huelen flores de loto.

Próximo en significado resulta un relieve pintado en el que Merytaten ofrece un ramo de frutos de mandrágora y flores de loto a su marido el faraón Smenkhare (dinastía XVIII), hoy en el Museo egipcio de Berlín. Se ha localizado inclusive algún ungüentario de la dinastía XVIII que combina la flor de loto en la parte inferior y el fruto de la mandrágora en la parte superior, dos especies de intensa y agradable fragancia para realizar un objeto que sirvió para contener perfumes, de modo que forma y función armonizan perfectamente.

Las asociaciones entre la flor de loto y el fruto de la mandrágora son muy interesantes. Ambos tienen una fragancia intensa, siendo el aroma de la mandrágora uno de los elementos vinculados a su potencial afrodisíaco, pues aturde y embota los sentidos[r 10]. El loto es también una especie de connotaciones eróticas, de modo que intercambiar flores de loto es parte del juego de la seducción[r 11]. Los ramos de lotos y mandrágoras anudados con tallos de papiro se ofrendan para garantizar la fertilidad[r 12] y la regeneración de la vida, y por ello cobran un especial sentido en el ámbito funerario, donde se localizan la mayor parte de escenas comentadas, pues también en el más allá ha de garantizarse la renovación continua de la vida[r 13].

Antes de cerrar este apartado, queda por contestar a la pregunta de si la mandrágora pudo usarse como sedante y alucinógeno en Egipto[r 14]. A ello debemos contestar que tal vez sí, que junto con sus usos afrodisíacos pudo recibir este otro uso, tal como indicaría el Papiro Leiden, donde se incluyó un preparado de mandrágora y vino que servía para inducir el sueño. Sin embargo, parece que el uso afrodisíaco eclipsó al valor psicoactivo de la planta. Lo que ocurría es que había otras sustancias que generaban efectos alucinógenos, de modo que la mandrágora era una más entre muchas, y no precisamente la más frecuente. Así, estaba por un lado el opio, procedente de la adormidera (amapola real o papaver somniferum), que contaba con una producción local desde época de Amenhotep III, pero que tal vez era conocido desde el Imperio Nuevo, e inclusive desde antes[r 15]. Estaba también el loto, cuyas propiedades farmacológicas habían sido recogidas en el Papiro Ebers, registrando la mayor concentración de alcaloides narcóticos en las flores y los rizomas[r 16]. Igualmente estaba el cannabis, el beleño, el estramonio y determinados tipos de incienso cuyo olor provocaba alucinaciones[r 17]; aunque todas ellas eran poco frecuentes como sustancias psicoactivas. Por tanto, de las drogas alucinógenas usadas en Egipto, la más frecuente era el opio, seguida del loto, quedando en segundo plano el cannabis, el beleño, el estramonio, los inciensos y la mandrágora.

De hecho, cuando han aparecido mandrágoras en el contexto funerario, es más fácil explicarlas por sus valores afrodisíacos que por su empleo como alucinógeno. Como explicamos antes, la fertilidad y la regeneración de la vida debían asegurarse también en la vida de ultratumba. Así los cestos llenos de bayas de mandrágoras que fueron localizados en la tumba de Tutankhamon, o la jarra cuya inscripción decía que había contenido dos litros de una mezcla aceitosa compuesta entre otras sustancias de mandrágora y que fue localizada en la tumba de un alto oficial de Menfis llamado Maya (dinastía XVIII), podrían haber servido más para favorecer la sexualidad y la fertilidad que para narcotizar.

Pero, pese a todo lo dicho anteriormente, puede argumentarse que el uso sedante y afrodisíaco no son excluyentes. Así, el embotamiento de sentidos que provocaban las emanaciones olorosas de los frutos de la mandrágora pudieron perfectamente facilitar una actitud sexual desinhibida y por tanto la fertilidad. En definitiva, los egipcios pudieron conocer las dos vertientes de la planta, la afrodisíaca y la psicoactiva, pero resaltar más la primera que la segunda.

La mandrágora en Grecia y Roma[editar]

Para iniciar este epígrafe, debemos hacer una reflexión sobre el modo en que penetra la planta en el Egeo. La mandrágora debió entrar en Grecia por dos vías: la egipcia y la mesopotámica. De Egipto llegaría el potencial afrodisíaco del fruto, frecuente en las distintas manifestaciones artísticas de la dinastía XVIII[r 18]. De Mesopotamia y Persia llegaría la idea de la alta toxicidad de esta especie botánica y su poder alucinógeno. De hecho la etimología de la palabra “mandrágora” apunta a que esta podría ser un préstamo del antiguo persa, concretamente del término merdum gija que quiere decir “planta humana”[r 19], o del sumerio, del vocablo nam-tar-agar que puede traducirse como “planta-demonio de los campos”[r 20].

La cuestión sería en qué momento llega este legado a Grecia. Coetáneas a la dinastía XVIII en Egipto (c. 1550-1295) son las culturas minoicas y micénicas en Grecia, pero en ninguna de estas dos se conocen representaciones de mandrágoras. Los minoicos, que prestaron gran atención al entorno natural que los rodeaba y recogieron numerosas especies botánicas, llegaron a pintar flores de loto azul en las Casas de Akrotiri (antigua Tera, hoy Santorini), una especie abundantísima en Egipto y muy representada en conjunción con el fruto de la mandrágora. Sin embargo, no nos consta ninguna representación minoica de mandrágoras, ni de su fruto ni de su raíz. Tampoco nos consta entre los micénicos, de los que apenas han llegado restos de pinturas murales, siendo muy fragmentarios los existentes. No obstante, el hecho de que no existan representaciones figuradas de la planta, no implica que esta no se transportarse de Egipto a Grecia por estas fechas, entre el siglo XVI y el XIII a.C., ya que en líneas generales la medicina griega asume e incorpora los conocimientos egipcios.

Tampoco podemos reconstruir en qué momento llegaron a Grecia las ideas de la mandrágora tomadas de Mesopotamia y Persia. Sí que podemos deducir que al menos en el VIII a.C., época en que vivió y escribió Homero, estas ideas habrían pasado de Mesopotamia a Grecia[r 21]. A partir de entonces, la toxicidad y el poder sedante de la planta estuvieron muy presentes tanto entre los autores griegos como entre sus herederos culturales, los romanos. Así, su alta toxicidad fue recogida por Hipócrates (siglo V), quien en Los lugares del hombre (XXXIX, 1) previno que la ingesta excesiva podía provocar locura. Algo muy similar sostuvo Dioscórides (siglo I) en su Materia Médica pues alertó que la ingesta, sólida o en zumo de las bayas, en grandes cantidades, “dejaban sin habla a quien las comía”[r 22]. Justamente, para evitar el poder letal de la planta había que arrancarla con distintos artificios (trazar un círculo con una espada alrededor de la planta, mirar hacia el Oeste, taparse los oídos, hacer sonar una trompeta, etc.) y así lo sostuvieron autores como Teofrasto (siglo III a.C.)[r 23], Plinio el Viejo (siglo I)[r 24] o el De virtutibus herbarum del Pseudo Apuleyo (¿siglo IV?)[r 25]. Dioscórides redactó distintas recetas con la raíz y la corteza de la mandrágora para conseguir sustancias analgésicas, sedantes, hipnóticas y anestésicas[r 26], recogiendo similares ideas otros autores de la antigüedad grecorromana tan significativos como Plinio el Viejo (siglo I) y Galeno (siglo II)[r 27].

Justamente sus propiedades analgésicas debieron ser las que alentaron también su uso como antídoto contra la mordedura de serpiente. Pero el uso que nos interesa a nosotros en Grecia primero y en Roma después es el relacionado con el fruto de la mandrágora y con Afrodita. Si atendemos a las fuentes escritas, la planta servía a fines tan diferentes como regular la menstruación, favorecer la fertilidad, e inclusive provocar abortos. Era, por tanto, la mandrágora una planta ligada al universo femenino. Respecto a sus poderes afrodisíacos, Teofrasto (siglo III a.C.) en la Historia de las plantas (IX, 8,8) había señalado que la mandrágora servía para los usos de Afrodita. Plinio el Viejo (siglo I), seguramente haciéndose eco del ritual de las lemnias[r 28], defendía que la intensidad del perfume de la mandrágora aturdía a los que no estaban hechos para olerla. Dioscórides (siglo I) indicaba que el jugo de las simientes de la mandrágora “purificaba la matriz” y mezclada con azufre “detenía el flujo rojo”[r 29].

Asimismo señalaba el uso de la mandrágora como abortivo: “aplicado solo en el peso aproximado de medio óbolo expulsa los menstruos y los fetos”[r 30]. El gramático Hesiquio de Alejandría (s. V) entendía que el término mandragoritis era un epíteto de Afrodita, relacionando por tanto la planta y la fertilidad. No obstante, la abundancia de fuentes escritas tanto sobre el uso sedante como ginecológico de la planta[r 31] no se corresponde con las fuentes artísticas, donde la mandrágora es totalmente desconocida tanto para los griegos como para los romanos. Esta no aparece ni en la pintura (sobre muro, tabla o cerámica), ni en los relieves o esculturas, ni en los rollos manuscritos, ni tampoco en las artes suntuarias. Ninguna evidencia tenemos de su presencia artística en Grecia y Roma, ni de su raíz ni de su fruto, y ello a pesar de que los artistas clásicos no fueron ajenos al simbolismo de las plantas, y otras como el olivo, la palmera, la vid, el laurel, o la hiedra, por citar solo algunas, aparecen continuamente. No hemos hallado escenas eróticas con alusión al fruto de la mandrágora, ni escenas de pérdida de la consciencia con alusión a la raíz de la mandrágora[r 32], ni escenas de interés botánico científico con representación de la planta.

Sin embargo, hay distintos indicios que apuntan a la existencia de libros ilustrados de botánica en la Antigüedad que bien pudieron incluir la mandrágora en el conjunto de plantas representadas. Así, Plinio el Viejo, en la Historia Natural, escrita c. 77 d.C., en el libro XXV, dedicado a las propiedades medicinales de las plantas, afirma que:

Además de estos autores [latinos], los autores griegos, que hemos citado antes, tratan este tema. Entre ellos, Cratevas, Dionisio y Metrodoro, quienes han utilizado un método muy atractivo, que no hace sino demostrar la dificultad de su tarea: han reproducido las plantas a color y han descrito abajo sus efectos. Pero la pintura es engañosa, pues los colores son tan numerosos, que aunque quieran rivalizar con la naturaleza, a menudo se ven alterados por los diversos azares de la copia. Por otra parte, no es suficiente con pintar algunas plantas en un momento determinado de su vida, pues las plantas cambian de aspecto a lo largo de las cuatro estaciones del año.

Así que, atendiendo a Plinio, ya desde Cratevas (autor del siglo I a.C.) hay libros ilustrados de botánica. De hecho, los especialistas consideran que cuando Dioscórides escribe la Materia Médica en el siglo I d.C. toma como referencia directa a Cratevas y que la suya también fue una enciclopedia ilustrada de simples medicinales. El libro de Cratevas se perdió, pero el de Dioscórides no, copiándose e ilustrándose profusamente en los siglos posteriores, e incluyendo estas copias la mandrágora. Nada impide, por tanto, pensar que había ya una configuración iconográfica de la planta en el mundo clásico, pero no sabemos si esta imagen incidiría en la raíz o en el fruto de la misma. Por otra parte, contamos con unos fragmentos de papiros de época ptolemaica, de los siglos II y V d.C. respectivamente, que parecen ser restos de libros de botánica ilustrados[r 33]. El más antiguo es el Papiro de Tebtunis, hallado en Egipto, pero escrito en griego. Data del siglo II d.C. y es un texto médico sobre las propiedades de las plantas que se conserva hoy en las Rare Books Collection de la Bancroft Library de la Universidad de California en Berkeley. El otro ejemplar es el Papiro de Antinoopolis, hoy en la Wellcome Library (Londres), datado c. 400. Está ilustrado y escrito por ambas caras, con la representación de la Symphytum officinale en el recto del folio y de una planta sin identificar en el verso. La existencia de estos fragmentos de papiro reafirma la realización de herbarios ilustrados ya en la Antigüedad grecorromana, donde es probable que la mandrágora también tuviese su espacio. Las fuentes escritas nos indican que sus propiedades ginecológicas y anestésicas estuvieron presentes entre los griegos, quienes las legaron a los romanos, así que es posible pensar que fruto y raíz, receptores de ambos valores, también estuvieron representadas en las imágenes. Sin embargo, no es posible hacer más deducciones acerca de su configuración iconográfica. Hemos de dar el paso al undo medieval, donde por fin emerge una imagen de la mandrágora tremendamente rica desde el punto de vista iconográfico.

El fruto de la mandrágora en la Edad Media[editar]

Al inaugurar la Edad Media, el sustrato de la Antigüedad, se hace visible y se enriquece. Así la mandrágora se repite insistentemente en el campo del libro científico ilustrado. Desde muy temprano contamos con imágenes que hacen hincapié en su raíz (como la Materia Médica de Dioscórides en el fol. 5v del Códice de Viena, siglo VI[r 34], y en el fol. 90 del Códice de Nápoles, siglo VII[r 35]) y otras que resaltan su fruto y sus hojas de crecimiento radial (como la Materia Médica de Dioscórides en el códice de la BnF, Ms. Grec 2179, fols. 103v, 104r y 105r, del siglo VIII). La raíz, a su vez, genera una iconografía de grandes variaciones. Puede aparecer la planta sola, humanizada, como macho y hembra, recogiendo las dos especies botánicas (officinarum y autumnalis), como ocurre por ejemplo en la Materia Médica de Dioscórides, siglos IX-X, en griego, procedente de Constantinopla, hoy en Pierpont Morgan Library (Nueva York), Ms. 652, fols. 103v y 104 v. Puede aparecer Dioscórides escribiendo su libro a la vez que un pintor ilustra la mandrágora y Sofía (personificación de la sabiduría) participa de este proceso creativo, como por ejemplo en la Materia médica de Dioscórides del siglo XV, en griego, hoy en la Biblioteca Apostolica Vaticana, Ms. BAV Chisianus F.VII.159 (gr.53), fols. 234v y 236v. Puede aparecer el peligroso arrancado de la planta ayudándose de un perro y/o tapándose los oídos para no sucumbir al mortífero poder de la planta, como por ejemplo en el Iatrosophion bizantino, siglo XV, en griego, Biblioteca Universitaria di Bologna (BUB), ms.gr.3632, fol. 378r, o en el Herbario anónimo, segunda mitad del siglo XV, procedente de Italia (BnF, Ms. Lat. 17848, fol. 20v). Puede inclusive aparecer una raíz realista y exenta del aspecto antropomorfo, como por ejemplo en el Livre des simples médecines de 1452, procedente de Borgoña (BnF, Ms. Nouvelle Acquisition Française 6593, fol. 134v).

Tampoco los frutos de la mandrágora y su potencial sexual o afrodisíaco pasaron desapercibidos en la Edad Media, aunque han recibido menos atención por parte de la literatura especializada. De ello hay evidencias tanto literarias como artísticas. La Biblia recoge en el Antiguo Testamento al menos dos alusiones claras al poder afrodisíaco de la mandrágora. La primera se halla en el Génesis 30, 1-22 en un pasaje referido a la rivalidad entre Raquel y Lía, ambas casadas con Jacob. En él se explica cómo Raquel, estéril por mucho tiempo, no había logrado tener hijos con Jacob, mientras que Lía sí lo había conseguido aunque hacía un tiempo que “había dejado de tener hijos” (Gn 30, 9), estando seguramente ya en la menopausia. Un día Rubén, hijo de Lía, encontró unas mandrágoras mientras segaba y se las llevó a su madre. Lía y Raquel se disputaron estas mandrágoras por su capacidad para darles la fertilidad (Gn 30, 14). Finalmente llegaron a un acuerdo: Lía cedió las mandrágoras a Raquel y Raquel permitió a Lía que yaciese con Jacob. Lía y Jacob tuvieron un hijo más, Zabulón. Dios también se acordó de Raquel, la oyó y la hizo fecunda, concibiendo y dando a luz al más pequeño de los hijos de Jacob, José (Gn 30, 22). José será tiempo después vendido por sus hermanos a unos mercaderes y terminará sirviendo al faraón en Egipto. Es interesante ver cómo una de las historias que recoge el potencial afrodisíaco de las mandrágoras se enmarca en un ambiente geográfico próximo a Egipto, donde el valor afrodisíaco de la mandrágora había tenido un peso importante con la dinastía XVIII.

Sin embargo, cuando en la Edad Media se ilustró la historia de Jacob y sus dos esposas, ninguna alusión se hizo a este pasaje, ni se incluyó jamás el fruto de la mandrágora. A modo de ejemplo si nos detenemos en el fol. 31 de la Biblia historiada de Guiard des Moulins de la BnF, Ms. Français 152 (siglo XIV), en que aparecen Jacob y sus dos esposas, nos daremos cuenta que ninguna alusión hay a las mandrágoras.

Algo muy parecido ocurrió en el otro pasaje bíblico que las menciona. Se trata del Cantar de los Cantares 7, 14 que dice literalmente: “Ya dan su aroma las mandrágoras y a nuestras puertas están los frutos exquisitos, los nuevos y los añejos que guardo, amado mío, para ti”. Tampoco en este caso hubo una trasposición iconográfica para el poema. Y aunque los versos del Cantar de los Cantares se aplicaron con frecuencia a la Virgen María, entre los símbolos tomados de este texto, no conocemos ningún caso en que María se asocie a la mandrágora.

Andando el tiempo estas ideas llegaron también al Fisiólogo, texto base para todos los bestiarios medievales, seguramente procedente del ámbito alejandrino de entre los siglos II y V. En él se dice sobre el elefante rudo:

Existe un animal llamado elefante. No siente la concupiscencia del coito. Hay otro que se llama tragelafo (o elefante rudo). Si desea tener hijos, va a Oriente, cerca del Paraíso. Hay allí un árbol llamado mandrágora. Acude allí con su hembra. Come ésta del árbol en primer término y da de él también al macho, a quien seduce mientras come. Y tan pronto como el macho ha terminado de comer, concibe la hembra en su útero. Llegado el tiempo del parto, la hembra se introduce en un lago y cuando el agua le llega a las ubres, sobreviene el parto y deja caer a su hijo sobre las aguas. Nada éste entonces, se aproxima a las patas traseras de la madre, encuentra las ubres y mama. El elefante, entretanto, custodia a la parturienta a causa de la serpiente, porque el elefante es enemigo de la serpiente. Dondequiera que la encuentre, la patea hasta matarla. […] El gran elefante y su compañera personifican a Adán y Eva. Pues mientras fueron virtuosos (es decir, obedientes al Señor), antes de su prevaricación, no conocieron el coito, ni tuvieron idea siquiera de su unión carnal; pero, cuando la mujer comió del fruto del árbol (la mandrágora espiritual) y dio a comer de él a su marido, quedó grávida de males. A causa de esto, hubieron de salir del Paraíso. Pues, mientras estuvieron en él, Adán no conoció a Eva, según se pone de manifiesto por lo [que ha sido] escrito: y cuando fueron arrojados del Paraíso, conoció Adán a su mujer y ella concibió y dio a luz a Caín sobre las aguas vituperables […]”[r 36].

Aquí la mandrágora tiene un contenido sexual y negativo, pues se asocia a la concupiscencia. Se llega incluso a comparar el fruto de la mandrágora y el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, pues ambos conducen al pecado. Evidentemente ha habido un cambio de significando, pasando de una connotación sexual positiva en Egipto a una connotación negativa asociada al vicio y la concupiscencia en la Edad Media.

Los bestiarios fueron uno de los pocos ejemplos donde apareció la mandrágora como afrodisíaco en su doble vertiente literaria e iconográfica. Sin embargo, al ilustrar este pasaje, hubo una preferencia por cargar las tintas en la raíz de la mandrágora y no en su fruto, aunque el texto decía fruto y no raíz. Así, se transfirió el poder afrodisíaco del fruto a la raíz, de modo que esta parte de la planta asumió todas las connotaciones negativas en el pensamiento cristiano, ya que producía alucinaciones, era enormemente tóxica y mortífera, y además arrastraba al hombre a la concupiscencia. Así lo vemos por ejemplo en un Bestiario de Pierre de Beauvais de fines del siglo XIII procedente de Francia (BnF, Ms. Nouv. Acq. Fr. 13521, fol. 29), donde el elefante está a punto de comer una mandrágora de la que se ha resaltado su raíz antropomorfa y femenina. Aquí la mandrágora adquiere incluso por tanto una connotación misógina.

Más allá del elefante de los bestiarios, es difícil hallar en la Edad Media imágenes en las que el fruto de la mandrágora aluda a la sexualidad[r 37]. Uno de los pocos ejemplos que nos parece apuntar en esta dirección es una ilustración del Tacuinum Sanitatis de Ibn Butlan, tratado de higiene y dietética escrito originariamente en árabe en el siglo XI, pero con un tremendo éxito en el ámbito latino bajomedieval, lo que generó numerosas traducciones al latín e inclusión de ilustraciones mucho más desarrolladas que en su versión árabe. En una de las copias ilustradas y traducidas al latín, procedente de Italia, hoy en la BnF con la signatura Ms. Nouv. Acq. Lat. 1673, y datada c. 1390-1400, trata en el fol. 85 la mandrágora. Aquí, la mandrágora es una planta de gran altura, casi un árbol, en la que se marcan sus frutos. En primer plano se ha incluido una escena de amor cortés en la que unos amantes parecen estar intercambiando frutos de la planta, como si se hiciese una actualización de las escenas amatorias del mundo egipcio, ahora traducidas al ámbito cultural cristiano, latino y bajomedieval.

Por otra parte, debemos indicar como los autores árabes, que hicieron diversas copias y traducciones de la Materia Médica de Dioscórides, al ilustrar la mandrágora pusieron el acento tanto en las hojas y frutos como en la gran raíz antropomorfa, como puede verse por ejemplo en la copias de la BnF, Ms. Arabe 4947, fol. 92 (datada en el siglo XII) o en la copia de la Bodleian Library de la Universidad de Oxford, MS. Arab. d. 138, fol. 126r (datada en el siglo XIII). Sabemos que en el mundo islámico la planta se cultivaba para usos medicinales, de modo que debía ser interesante reconocer la planta tanto cuando estaba sembrada, como cuando se extraía y se le daba un uso farmacológico. En este sentido, las representaciones árabes parecen unir por un lado la influencia de las pinturas murales de las tumbas egipcias de la dinastía XVIII con sus jardines llenos de plantas; y por otro lado la influencia de los manuscritos medievales latinos y griegos con mandrágoras antropomorfas y de raíz hiperdesarrollada. Pero esta no fue una singularidad de los autores árabes ya que, en el ámbito latino también hubo imágenes que insistieron tanto en fruto y flores como en la raíz antropomorfa, como por ejemplo la Materia médica de Dioscórides, del siglo XV en lengua latina, hoy en la Biblioteca Apostolica Vaticana (Ciudad del Vaticano), ms. Chig.F.VII.158, fol. 51v. En este ejemplo, por otra parte, la desnudez de los personajes y el hecho de estar afrontados al largo tallo de una planta parece sugerir la idea de cierta conexión con el árbol del pecado original.

Conclusiones[editar]

En definitiva, lo que se comprueba en la Edad Media, es que hay una herencia y reinterpretación de la tradición antigua, que no es lineal ni uniforme, pues remite a lo egipcio, lo mesopotámico, o lo grecorromano indistintamente. Así, al representar la mandrágora, unas veces se insiste en la raíz y otras en el fruto, unas veces se indica su alta toxicidad y otras su ligazón con la sexualidad. Y es que la Edad Media es un largo período de casi mil años en que los conocimientos se transmiten, entre otros, a través del Mediterráneo. Cuando se trata de conocimientos librarios, se usan además tres lenguas cultas y científicas, que son el griego, el árabe y el latín. Si en materia lingüística cada traducción a una lengua implica una reinterpretación, en materia artística ocurre un proceso similar, y cada vez que se incluye una mandrágora en una obra de arte se le agregan nuevas connotaciones. En definitiva, el análisis iconográfico del fruto de la mandrágora nos revela la existencia de variaciones sobre un tema común que, vistas en conjunto, prueban la existencia de una gran diversidad figurativa. Sin embargo, esta complejidad, riqueza y diversidad no es exclusiva de la iconografía de la mandrágora, sino que la hallamos en otras muchas imágenes que recorren la cultura material de la Edad Media.

Referencias[editar]

Las Referencias aluden a las relaciones de un artículo con la "vida real".

  1. No obstante, las propiedades ginecológicas de la mandrágora parecen tener menos fundamento científico que las analgésico-sedantes.
  2. La mandrágora tiene flores violáceas o azules oscuras; frutos en forma de bayas de color amarillo que crecen rodeados de una serie de hojas que los envuelven; y hojas largas y de un verde intenso que crecen en forma radial saliendo de un centro común.
  3. La única parte comestible de la planta es el fruto de la mandrágora, tal como indican HANUS, Lumír O., DEMBITSKY, Valery M. y MOUSSAIEFF, Arieh (2006): p. 152. .
  4. Así, por ejemplo, en el Kitāb de Abulcasis, libro XXV, aparece referenciada como remedio contra la hidropesía [HAMARNEH, Sami Jalaf y SONNEDECKER, Glenn (1963): pp. 108 y 117], en el Tacuinum de Ibn Butlan se recomienda para combatir la elefantiasis y las pecas [ELKHADEM, Hosam (1990), pp. 206-207] y en la Materia Médica de Dioscórides se aconseja para varios usos ginecológicos, entre ellos, para regular la menstruación [ESTELLER, Alejandro (2006): p.323].
  5. Según RANDOLPH, Charles B. (1905): p. 494, clasificar las plantas en “masculinas” y “femeninas” fue muy frecuente en la Antigüedad. El término no tiene ninguna connotación sexual ni tiene que ver con el modo de reproducción de las plantas sino que se refería únicamente a la envergadura y tamaño de la planta. En este caso, la mandragora autumnalis tiene menor altura y hojas más pequeñas que la mandragora officinarum y por eso a la especie autumnalis se la conocía como “hembra o femenina” y la officinarum como “macho o masculina”.
  6. Para ampliar sobre esta cuestión, puede verse la publicación de BOSSE-GRIFFITHS, Kate (2001).
  7. Para ampliar sobre los jardines y la horticultura en Egipto, puede verse el estudio de JANICK, Jules (2002).
  8. Se han hallado algunos moldes usados para hacer estas figuras de fayenza en el área artesanal de Malqata (N150, E180). Los frutos de la mandrágora, que tienen un alto contenido de agua, no se pueden desecar para componer colgantes y adornos personales, a diferencia de lo que ocurría con las adormideras, que sí se han encontrado secas componiendo un collar colocado sobre la estatua de culto del arquitecto Kha en su tumba de Deir-el-Medina (de época de Amenhotep III).
  9. La Tumba de Najt es la tumba TT52 de la necrópolis de Tebas.
  10. En efecto, la mandrágora exhala por capilaridad en torno a un 22% de butirato de etilo, un 14% de hexanol, un 9% de acetato de butilo, un 7% de acetato de hexilo y un 7% de sulfuro, todo lo cual contribuye a producir un aroma muy intenso y fuerte, de efecto embriagador, tal como demostraron FLEISHER, Zhenia y FLEISHER, Alexander (1992): pp. 187-188. Justamente, el intenso olor de la mandrágora, que adormecía los sentidos y era bueno para los usos de afrodita fue reconocido por los escritores grecorromanos posteriores, como Plinio el Viejo, que heredaron en parte estos significados desarrollados en Egipto.
  11. Para la asociación entre loto, mandrágora y sexualidad en Egipto se puede ver el capítulo titulado “Mujer y sexualidad: amor, matrimonio y divorcio” en CASTAÑEDA REYES, José Carlos (2010): pp. 182-248; y un artículo específico como el de DERCHAIN, Philippe (1975).
  12. Para los egipcios, el fruto de la mandrágora tiene una forma que recuerda y evoca los senos de una mujer, aumentando así sus connotaciones simbólicas vinculadas al erotismo [CASTAÑEDA REYES, José Carlos (2010): p.196].
  13. Ibid., pp. 182-184.
  14. Remitimos a los trabajos del profesor Carlos González Wagner para profundizar en el uso de la mandrágora como psicoactivo en la Antigüedad, y en especial a su trabajo referenciado como GONZÁLEZ WAGNER, Carlos (1984)
  15. Según las investigaciones de GABRA, Sami (1954-1955), uno de los ejemplos arqueológicos más interesantes de consumo de opio es la tumba del arquitecto Kha de Deir el-Medina, pues aquí se localizó la estatua de culto portando sobre los hombros un collar realizado con cápsulas de adormidera. Además, se halló una silla cuyo respaldo estaba decorado con frutos de mandrágora y varios recipientes con restos de alcaloides, todo lo cual apunta al consumo de drogas o sustancias psicoactivas
  16. Los alcaloides narcóticos que poseen las flores y los rizomas del loto ayudan a inducir el sueño. De hecho, el loto aparece frecuentemente asociado al vino, a la adormidera y a la mandrágora, lo que seguramente tiene que ver con sus propiedades narcóticas. Sobre ello hay dos artículos interesantes que son el de EMBODEM, William A. (1978) y el de BERTOL, Elisabetta (2004)
  17. Un interesante análisis antropológico del olor puede verse en STODDART, D. Michael (1994).
  18. El potencial sedante y alucinógeno de la mandrágora debía ser conocido en Egipto, pero seguramente otras plantas, principalmente el opio o adormidera, eran mucho más frecuentes para proporcionar estos efectos.
  19. PASTOR SECO, María Ivone y CUESTA PASTOR, José Manuel (2004): p.87, nota 1.
  20. RAMOUTSAKI, Ioanna, ASKITOPOULOU, Helen y KONSOLAKI, Eleni (2002): p.45.
  21. Han estudiado la presencia de la mandrágora en los textos homéricos tanto BECERRA ROMERO, Daniel (2005) como PASTOR SECO, María Ivonne y CUESTA PASTOR, José Manuel (2004).
  22. Por ello ha de administrarse en pequeñas dosis, vid. ESTELLER, Alejandro (2006): p. 322. Obsérvese que aquí Dioscórides cifra el poder sedante y alucinógeno también en las bayas o frutos, pese a que estudios científicos recientes han demostrado que las bayas son la única parte comestible de la planta y por tanto la menos tóxica. Vid. nota 3.
  23. RAMOUTSAKI, Ioanna, ASKITOPOULOU, Helen y KONSOLAKI, Eleni (2002): p. 45; RANDOLPH, Charles B. (1905): p. 489. citando a Teofrasto (Historia de las Plantas, 9.8.8).
  24. RANDOLPH, Charles B. (1905): pp. 489-490, cita a Plinio el Viejo (Historia Natural, Libro 25, capítulo 148): “Los que vayan a arrancar la mandrágora deben evitar el viento de cara, hacer tres círculos alrededor con una espada y cavar la tierra mirando hacia el Oeste” (traducción libre del inglés).
  25. El De virtutibus herbarum es un libro de simples del que se han dado las más variadas hipótesis en cuanto a su autoría y datación, desde los que se lo atribuyen a (Lucio) Apuleyo, autor asimismo del Asno de Oro, en el siglo II; a los que lo consideran obra de un tal Apuleius Platonicus que habría vivido en el siglo IV; pasando por los que piensan que se trata de un Pseudo-Apuleyo bien del siglo VI, bien del siglo XI o, inclusive, del siglo XII.
  26. ESTELLER, Alejandro (2006): pp. 322- 323.
  27. RAMOUTSAKI, Ioanna, ASKITOPOULOU, Helen, KONSOLAKI, Eleni (2002): p. 45.
  28. En el ritual de las lemnias se explicaba que las mujeres habían sido castigadas con un nauseabundo olor a mandrágoras por despreciar a Afrodita, y además habían sido separadas de los hombres y habían roto sus relaciones conyugales. Vid. PASTOR SECO, María Ivonne y CUESTA PASTOR, José Manuel (2004): p. 89.
  29. ESTELLER, Alejandro (2006): p. 323.
  30. Ibid., p. 322.
  31. No se pretende agotar las fuentes antiguas referidas a la mandrágora, pero sí al menos tener un muestreo de textos que ayuden a comprender la presencia de la planta en el imaginario colectivo.
  32. Así por ejemplo, en las bacanales, que aúnan lo erótico y la salida de la consciencia, se representan tirsos y vides, pero no la mandrágora.
  33. Ambos fueron dados a conocer por MARGANNE, Marie-Hélène (2004).
  34. Codex Vindobonensis, Österreichische Nationalbibliothek de Viena (ÖNB), ms. Med.gr.1, fol. 5v, c. 513, en griego.
  35. Materia médica de Dioscórides, inicios del siglo VII, en griego, ¿procedente de Rávena/Constantinopla?, Biblioteca Nazionale di Napoli, ms. gr. 1, fol. 90, con mandrágoras macho y hembra.
  36. GUGLIELMI, Nilda (2003): pp. 89-90.
  37. Tal vez por ello algún autor ha querido ver entre los frutos del árbol del pecado original de uno de los capiteles del claustro de la catedral de Gerona (siglo XII) unas posibles mandrágoras [vid. LANGE, Claudio (2009)]. No obstante, a nuestro juicio, no hay demasiados argumentos botánicos para sostener esta interpretación ni hemos localizado otros ejemplos iconográficos donde esto sea claramente visible.

Bibliografía[editar]

La Bibliografía se compone de recursos informativos que existen en la "vida real".

  1. Este artículo es uno de los resultados de investigación enmarcado en el proyecto “Al-Andalus, los reinos hispanos y Egipto: arte, poder y conocimiento en el Mediterráneo medieval. Las redes de intercambio y su impacto en la cultura visual”, dirigido por los profesores Calvo Capilla y Ruiz Souza, con el número de referencia HAR2013-45578-R. Agradezco a Azucena Hernández Pérez sus valiosas aportaciones a la hora de identificar botánicamente la planta y localizar en las fuentes árabes las referencias exactas a la misma. Este artículo deriva de una investigación previa hecha conjuntamente con ella.
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