Bestiateca:Chang´o y el elixir de la inmortalidad (DDEC)

De Bestiario del Hypogripho

Ícono de desambiguaciónVer Relato de Chang'o (desambiguación).

ATENCIÓN: Este artículo pertenece a la sección de la Bestiateca.
Ver Dragones, dioses y espíritus de la mitología china
< Anterior || Siguiente >

Este artículo tiene contenido que finge ocurrir en nuestro "mundo real", pero es de hecho ficticio.     Este artículo se compone de contenidos transcritos o recopilados por Jakeukalane.  Este artículo carece de imágenes ilustrativas. Puedes ayudarlo consiguiendo una (o más) imágen/es apropiada/s e incorporándola/s.  Este artículo tiene bibliografía real que sustenta su contenido en todo o en parte.  Este artículo tiene una dificultad intraficcional mínima (magnitud 1). Debería resultar accesible para el público en general. 

Chang'o y el elixir de la inmortalidad[editar]

Cuando Yi regresó al cielo con su esposa Chang'o[r 1], esperaba que le agradecieran y alabaran la empresa de salvación de los hombres que había llevado a cabo, pero no sería así. Cuando Yi se encontró cara a cara con Dijun, el dios frunció el ceño y dijo amargamente:

—Es cierto que has servido a los hombres muy bien, pero no esperes que te dé las gracias por ello. Has matado a mis hijos y no puedo pensar en ellos sin gran pesar, y cuando te veo no puedo dejar de recordar su pérdida: apártate, pues, de mi vista. Tú y tu mujer iréis a vivir a la tierra, donde tan bien has servido, y nunca volveréis al cielo.

En vano protestó Yi diciendo que no era responsable del desobediente comportamiento de los hijos del dios y que sólo había cumplido sus órdenes. Dijun se mostró inexorable. Yi no tuvo otra alternativa que llevarse a Chang'o a la tierra. Para mayor desgracia, Chang'o reaccionó muy mal ante la noticia del destierro. Estaba más decepcionada y dolida incluso que el mismo Yi.

—¿Qué he hecho yo para merecer esto? —decía—. Yo, una diosa de nacimiento, educada en el lujo del cielo, tengo que sufrir por causa de la conducta de mi marido?

Y maldijo el destino que la había unido a semejante esposo. Sin embargo, al final, tuvo que obedecer las órdenes de Dijun y, de mala gana, los dos inmortales recogieron sus posesiones y se trasladaron a la tierra. Yi encontró un lugar en una montaña, se instalaron y, con su pericia de arquero, cazaba para comer.

La vida era dura para Yi. Se pasaba el día vagando por los bosques de la montaña en busca de presas y, por la noche, regresaba a su casa agotado y encontraba a su mujer descontenta, pues Chang'o rehusó adaptarse a la nueva vida y nunca dejó de reprochárselo.

—Si no hubieras dado muerte a los soles todavía seríamos dioses en el cielo —decía—. Ahora estamos desterrados a vivir en la tierra entre los hombres y, como hombres, tendremos que morir. Piensa sólo en lo que eso significa, Yi. Nosotros, que hemos sido inmortales, tendremos que descender a los infiernos y hacer compañía a los espectros.

Yi no podía hacer más que asentir tristemente y preguntarse si había algún remedio.

Un día, Chang'o sugirió la solución:

—He oído decir que existe una cosa llamada el elixir de la vida —dijo—, una droga que es tan poderosa que da la inmortalidad a aquel que la toma. Se dice que en el oeste, en la montaña de Kunlun, vive la Reina Madre del Oeste, quien recoge y conserva el elixir.

También Yi había oído hablar de esta diosa, y tampoco deseaba vivir y morir como los seres humanos, así que accedió a ayudarla.

El nombre Reina Madre del Oeste puede hacer pensar en una amable dama de cabello blanco, pero en realidad era una diosa monstruosa. Tenía rostro de mujer, pero dientes de tigre, y su larga y despeinada cabellera caía pesadamente sobre su cuerpo horrible que acababa en una cola de leopardo. Llevaba en la cabeza una corona de jade con forma de juncos. Sus servidores eran pájaros de tres cabezas que recorrían toda la región volando en busca de alimento que le gustara. Ella nunca se movía de su gruta, pero podía enviar plagas a la humanidad para castigar sus malas acciones.

La montaña de Kunlun está al oeste de China, más allá de las cordilleras del Tiber. Otros dioses vivían allí, además de la Reina Madre, así que era una extraordinaria fortaleza rodeada de un foso lleno de agua en la que nada flotaba, hasta una pluma de ave se hundía al momento. Por encima de ésta, un círculo de fuego ardía noche y día. Jamás un mortal había penetrado en la fortaleza salvando estas dos barreras, pero Yi conservaba aún algo de sus poderes divinos y atravesó a nado el foso, atravesó las llamas y llegó a la gruta de la mismísima Reina Madre.

Por suerte, la diosa se mostró compasiva y tras oír su historia le dio una cajita, diciendo:

—Este es el elixir de la inmortalidad. Guárdalo bien porque es muy precioso. Está hecho de un melocotón mágico que da la vida eterna. El árbol sólo florece cada tres mil años y da fruto cada seis mil. Incluso entonces la cosecha es muy pequeña y todo lo que he recogido está en esta cajita. Es suficiente para daros a ti y a tu mujer la vida eterna, pero siempre viviréis en el mundo de los hombres. Necesitaríais dos veces más para alcanzar la verdadera inmortalidad y la calidad de dioses. Mira, toma esto y guárdalo, porque no tiene precio.

Yi regresó a su casa por el mismo camino por el que había partido y dio el elixir a su esposa, repitiéndole todo lo que la Reina Madre le había dicho.

—Dentro de unos días —dijo—, prepararemos un banquete y nos tomaremos el filtro. Entonces estaremos para siempre a salvo de la muerte.

Feliz como hacía mucho tiempo que no se sentía, Yi partió al día siguiente a cazar esperando hallar suficiente alimento como para preparar un gran festín.

En el hogar, sin embargo, quedaba su esposa bastante decepcionada. No podía aguantar la idea, habiendo sido diosa, de quedarse en la tierra y vivir como un mortal cualquiera. No era suficiente para ella evitar la muerte, quería volver a ser diosa y vivir en el cielo con sus iguales. El confiado Yi se lo había contado todo respecto al elixir, de modo que sabía que había suficiente como para que una persona se tornara plenamente inmorta, así que decidió beber hasta la última gota. Tomando cuidadosamente la caja del lugar donde estaba escondida, se bebió el contenido y se sentó a esperar sus efectos.

Estos se produjeron inmediatamente. Chang'o sintió que su cuerpo se elevaba flotando y lentamente, rebasando la ventana, ascendía por el aire.

—Tal vez no debería volar directamente al cielo —se dijo a sí misma contemplando la tierra cada vez más pequeña a sus pies—. Todos los dioses saben quién soy y, sin duda alguna, me acusarán de haber tomado todo el elixir sin dejar nada a mi marido, a pesar de que todo fue culpa suya.

Miró a su alrededor. Era de noche y brillaba la luna llena rodeada de fulgurantes estrellas.

—He oído decir que la luna está deshabitada —dijo—. Este será un buen lugar para vivir.

Lentamente subió más y más alto hasta alcanzar la fría y plateada luna. Tal como esperaba estaba desierta, si bien había allí un árbol de casia y un conejo: formas que todavía podemos ver en el rostro de la luna llena. Allí se hizo su casa.

No sabemos si Chang'o fue feliz con su inmortalidad. Probablemente su vida allí, en la luna, fue muy solitaria. Según una versión del mito, la Reina Madre del Oeste estaba tan enfadada con ella por su avidez y su egoísmo que la convirtió en una rana que vivió prisionera en la luna. Pero es más grato imaginarla viviendo allí en su gloria solitaria, mirando para siempre la tierra que había escogido abandonar.

Cuando Yi regresó a su casa y vio que su esposa no estaba y que tabmién faltaba el elixir adivinó inmediatamente lo que había sucedido. Sin esperar ya librarse de la muerte, se volvió un hombre amargado y decepcionado. Ahora bien, entre los sirvientes de su casa había un hombre llamado Fengmen, que era muy inteligente. Yi lo destacó de los demás llevándoselo a cazar, hizo de él su compañero y le enseñó incluso a disparar con su arco.

Fengmen se convirtió en un gran arquero, pero por más que lo intentara nunca podía igualar a su maestro. Una vez, cuando estaban cazando juntos, dispararon ambos a una hilera de patos en vuelo. Cada uno lanzó tres flechas y todas dieron en el blanco. Las flechas de Yi atravesaron los ojos de las aves y las de Fengmen diferentes partes del cuerpo. Cuando las aves se dispersaron violentamente Yi lanzó otras tres flechas y de nuevo cayeron los patos con los ojos atravesados por las flechas. Fengmen supo entonces que nunca podría igualar a Yi y empezó a sentir envidia.

Fengmen se volvió cada vez más envidioso con el transcurrir del tiempo, y el respeto que tuviera por su amo se trocó en odio. Yi, a su vez, se hacía cada vez un amo más exigente, malhumorado y despectivo. No fue difícil para Fengmen poner a los demás servidores en contra de Yi y planear su asesinato.

Un hermoso día de primavera, mientras Yi estaba cazando, los sirvientes le prepararon una emboscada. Sabían que pasaría por un estrecho sendero y le esperaron en lo alto de un árbol. Cuando pasó, lanzaron sobre él un pesado y agudo poste de madera que fue a dar en su cabeza. Yi, el gran arquero, murió instantáneamente.

Aunque su espíritu fue a los infiernos a reunirse con los fantasmas humanos, nunca fue olvidado. Se le honró por sus anteriores hazañas y como uno de los jefes del mundo de los espectros, encargado de controlar a los espíritus malignos para evitar en lo posible que causaran daños a la raza humana, por cuya salvación había hecho tanto[b 1].

Referencias[editar]

Las Referencias aluden a las relaciones de un artículo con la "vida real".
  1. Transliterado en otras fuentes como Chang'e.

Bibliografía[editar]

La Bibliografía se compone de recursos informativos que existen en la "vida real".
  1. Tao Tao Liu Sanders (1980): Dragones, dioses y espíritus de la mitología china, p. 29 y 32.

⚜️[editar]

Este artículo contiene una aproximación investigativa sobre temáticas correspondientes a mitos antiguos y/o leyendas orales.
Mitología china:
Chang'e
   Artículo transcrito o recopilado por Jakeukalane
Por favor, consulta rigurosamente la bibliografía antes de cambiar o añadir algo a las transcripciones.