Sueños:El fondo del Infierno

De Bestiario del Hypogripho
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No tenía armas, ni apoyo, pero debía bajar. Tras pasar el inútil laboratorio, los amplios pasillos al infierno, suspendidos sobre las nieblas del vacío, estaban abiertos. Gigantescos cyborgs-demonio flotantes de metal eran un obstáculo, pero debía evadirlos. Corriendo rápido podía lograr que no me aplastaran cuando rebotaban en la pista hacia la entrada al descenso más largo y peligroso de todas las realidades.

En el largo camino a través de esos corredores suspendidos sobre la vertiginosa nada, conseguía mi primer arma. Era un tubo que disparaba una especie de piedras humeantes. Lo probé contra los cyborgs; los primeros disparos no hacían nada, pero apuntando y disparando en sucesión (nunca parando de correr, eso sí), podía llegar a hacerlos estallar. Con mi camino con más posibilidad de despejarse, atravesé horizontalmente varios puestos metálicos de grandes dimensiones hasta que llegué a mi primer enemigo "verdadero"...

La criatura era una especie de araña mecánica de 4 patas con un rostro que, hace mucho tiempo, podría haber sido humano. Placas de metal estaban soldadas, atornilladas y clavadas a sus pocas partes orgánicas. Afortunadamente obtuve otras armas, que me ayudaron a despacharlo y proseguir mi camino. La luz azul-blancuzca de la neblina había desaparecido; ahora todos eran ambientes claustrofóbicos de óxido e industria demacradas, cajas y barriles llenas de sustancias desconocidas y mercancías indescifrables. Conseguía la que por mucho tiempo sería mi arma predilecta; una especie de eightball doble que podía acumular ocho disparos de rifle y lanzarlos como escopeta, o hacer lo propio con granadas que buscaban a los adversarios. Incontables cyborg-demonio caían ante mí, pero lo más difícil era saber dónde continuar. Había descendido más que ningún otro que supiera. El entorno estaba lleno de puertas cerradas y pasajes sin salida. Debía meterme por conductos, luchar contra la arquitectura tanto como contra los enemigos.

Eventualmente obtenía dos compañeros: Una especie de cachorro Cocker Spaniel o beagle ocasional cerbero de tres cabezas, hecho de una superficie de energía semi-traslúcida y reluciente naranja, roja y amarilla; y un doberman miniatura, según creo. Ambos podían hablar y seguían mis órdenes, y yo los atesoraba bastante. Aunque les ordenaba a atacar por emboscada a los demonios que yo combatía, su mayor ayuda era a la hora de saber donde continuar. Ahora éramos tres que podíamos chequear si las puertas y lockers, que cada vez se multiplicaban más, eran posibles de abrir o no (lo cual tomaba unos cuántos segundos con cada una, y había montones consecutivas y aún apiladas).

En los niveles inferiores había materiales extraños que resplandecían con colores que brillaban sin luz, púrpuras sobrenaturales y sustancias de campos de fuerza sin átomos, que se desintegraban al romperlos.

Nos encontrábamos en una "Batalla de boss" contra el Barón del Infierno, que en este caso era una especie de tanque con brazos mecánicos y una batería de armas devastadoras como cañones gatling y lanzacohetes de repetición. Tuve que usar el peligroso lanzamisiles RPG para acabar con él, mientras saltaba todo alrededor de los pasajes bizarros que constituían aquello que protegía. Sin embargo, aún luego de derrotarlo, no había forma de saber dónde continuar. Nuestra única pista era solo una y la de siempre: Hacia abajo. Sin embargo, si nos tirábamos en un tobogán de hierro marrón para caer en una forma de dispocisión de basura, en su lugar aparecíamos arriba. Esas dinámicas eran cada vez más comunes, incluyendo pasillos repetitivos que no terminan nunca y laberintos cuya salida era su entrada. Pasó bastante tiempo hasta que logramos saber cómo continuar: Había que meterse a un pequeño locker de madera en un estante, que tenía su llave puesta.

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Tarde y temprano, siguiendo ese oscuro y atolondrado camino, caímos, gateamos y nos arrastramos por una serie casi interminable de pasadizos secretos, iluminados ténuemente por rojas lámparas de emergencia.

Al final, trastabillamos en un ducto y caímos al último nivel del infierno. No era lo que esperábamos, por decir lo menos.

Todo era verde y paradisíaco. Los cielos eran azules y con unas moderadas y amigables nubes distantes. Había un perpetuo banquete con diversos sandwiches y snacks. Nos recibió el Barón del Infierno; ahora un amigable hombre indio (de la India) vestido de blanco. Mis perros eran ahora humanos: un niño (ex-dóberman) y una niña (ex-cocker spaniel).

El hombre indio nos daba amablemente la bienvenida al Fondo del Infierno. Un ángel caido rubio, menudo y de género ambiguo, con blancas alas, nos informaba que se había logrado una tregua entre las almas angélicas y las demoníacas, para que pudieran convivir en paz. El Barón del Infierno nos ofrecía de sus manos montones de marihuana, que yo declinaba (?).

La invitación que aceptaba, sin embargo, era hacer la fila para un paseo más allá de la costa de un infinito lago, que cubría todo un horizonte hasta donde el agua se unía con el cielo. Este era un viaje que supuestamente mostraba la gloria sublime de la existencia, el propósito del Ser.

Hice la larga cola con los niños mientras comíamos algo de las mesas con blancos manteles, colocadas sus patas de madera directamente sobre el pasto verde, del mismo modo que estábamos descalzos.

A pesar de nuestra paciente espera, al final de la cola nos decían unos guardias que "solo las almas nuevas pueden pasar"; quedábamos los tres del otro lado de una reja de acero gris, y yo exigía una explicación. Me decían que hay que tener menos de 18 meses (aunque casi todos tuviesen forma adulta aún del otro lado)... pero yo recordaba que había sido creado poco antes de realizar mi travesía; quizás tenía solo 12 meses cuando comencé. ¿Tanto tiempo había pasado? Los pasillos interminables, las caídas cíclicas... era imposible tener una noción de cuánto había tardado nuestro viaje. ¿Los niños también? Tampoco les permitían pasar. ¿Habían pasado horas, o siglos desde que comencé la travesía?

Mis reclamos fueron en vano: Me explicaron que esta era una condición para mantener la paz entre los ángeles y los demonios. Si pasaban mucho tiempo, el resentimiento volvería; debían mantenerse siempre renovándose, siempre nuevos. Al Barón del Infierno también le denegaron el pase. Me dijeron que debíamos ir a un ferry de al lado, ¿Quizás para ser destruidos? ¿Quizás para renacer? No lo sé. Pero no me iba a rendir tan fácilmente. Ante una distracción, robé un pequeño arma plástica del guardia y me alejé unos pasos. El arma era una especie de tantō pequeño que parecía inofensivo. El guardia, aunque lo supo, no podía hacer nada; estaba del otro lado de la reja, y si la abría, los excluidos podrían pasar. Confió en que no podría hacer uso de ella: Se equivocó.

Subí junto con los niños y el Barón del Infierno al ferry cercano. Era un bote decimonónico, de los que se movían a rueda. Pero antes de sumisamente aceptar mi destino, usé el propio poder de mi alma para aumentar la escala del minúsculo tanto plástico y convertirlo en una espada corta real de hoja metálica. Sí, esta era su función verdadera, y el guardia no esperaba que la reconociera, pero yo sabía que no serían tan "pacíficos". Subrepticiamente me acerqué a la cabina y puse el filo en el cuello del conductor, un anciano bajito y bigotudo canoso, con grandes anteojos redondos: "Al sendero, ¡Ahora!" le ordené.

Finales alternativos[editar]

  • En un final sentía despertarme, pero no quería perder la imagen del sueño. Entonces tocaba cerca de mi codo derecho con mi mano izquierda. Esto era para sacar un "screenshot", durante una pelea con uno de los demonios-cyborg, por ejemplo. Sin embargo había dos problemas: Uno, que recordaba que tristemente no existen los screenshots de sueños (aún). Dos, que en la fase "intermedia" entre el sueño y la vigilia, veia al screenshot sólo como una imagen glitchosa, donde nada más que las primeras filas eran visibles y luego la imagen se disolvía en pixeles corrompidos, gris e interferencia.
  • En otro final, luego regresaba al laboratorio del principio. Estaba como conectado a una máquina de realidad virtual, en una cápsula. Mi madre me intentaba despertar diciéndome que estaban desguasando mi guante y quitándole las bobinas de cobre. Yo me apuraba para salir de mi estatus entre el infierno cibernético y el regreso. Resulta que como parte de mí suponía, mi madre me estaba mintiendo (para alarmarme y apurarme). Sólo mi hermano y mi padre estaban reparando en una mesa mi mano-guante biónica, que había sufrido daños en los combates con los demonios y la vertiginosa bajada. Le reproché a mi madre diciéndole que en vez de preocuparse porque me despierte, simplemente me dejara dormir el resto de mi ciclo, ya que no pasaba nada, y no tenía que mentir para apurarme. La mano sin embargo estaba reparada de forma medio casera y en varios dedos multiuso aún estaban mal las articulaciones, además de que habían reemplazado uno de mis phasers destructores en mi yema de dedo con una "cuchara portátil retractil"...

Es posible que hubiera más cosas pero ya no lo recuerdo.

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