Bestiateca:Los antiguos héroes (DDEC)

De Bestiario del Hypogripho
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Los antiguos héroes[editar]

En el mar situado más allá del océano Oriental, en el extremo más oriental del mundo, crecía un árbol llamado Fusang. Este árbol tenía varios kilómetros de altura y miles de metros de circunferencia, y entre sus ramas moraban soles en lugar de pájaros.

En aquellos antiquísimos tiempos no había un solo sol, sino diez. Se pasaban la noche jugueteando en el mar, bañándose para conservar su brillo, y después descansaban en el gran árbol, mientras uno de ellos recorría el cielo para dar luz y calor a la tierra. Los seres humanos creían que había un solo astro, pues nada sabían del árbol Fusang y los otros nueve soles que descansaban más allá del océano.

Esos diez soles eran hijos del dios del este, Dijun, y de su esposa Shiho, la diosa del sol. Un día, los diez hermanos, como niños mal educados y desobedeciendo las normas de sus padres, salieron todos al cielo en lugar de aguardar su turno habitual. Con diez soles brillando a la vez fue tanta la luz y el calor que todo se quemó. Tal vez los soles estaban tan contentos de su resplandor que creían que los humanos lo estarían también, pero no era así: la gente los odiaba. La tierra se secó, las cosechas, flores y árboles se agostaron y hasta las rocas y minerales parecieron derretirse. La sangre latía fuertemente en las venas de la gente y apenas si podían respirar ni de día ni de noche. Tenían poco que comer, y como los ríos se habían secado, casi nada que beber. Para empeorar aún más las cosas, unos monstruos terribles salieron de los bosques, cuya verdura se había reducido hasta convertir los árboles en secos bastones, y de las profundidades de lagos y ríos agostados.

Aunque el padre de los soles, Dijun, vivía en el cielo, escuchó los lamentos de la gente y las súplicas desesperadas de su señor, el emperador Yao. Incapaz de controlar a sus rebeldes hijos con razones, decidió tomar medidas drásticas. Llamó a un arquero inmortal, Yi, y le dio un arco rojo y un carcaj lleno de flechas blancas y le envió a la tierra.

—Haz lo que debes —le dijo—, pero no hagas a mis hijos más daño del que sea necesario.

Yi obedeció y tomando a su esposa Chang'e se dirigió directamente al palacio del emperador, donde vio con sus propios ojos la terrible desolación y el sufrimiento de la gente ocasionada por los soles.

Primeramente, Yi subió a un lugar elevado y amenazó a los soles que bailaban en el cielo; esperaba que la sola visión del arco mágico y las flechas les haría impresión. Los soles, sin embargo, probado el poder, no se asustaban fácilmente, así que no le prestaron atención.

Entonces, Yi colocó una flecha en el arco, midió la distancia, apuntó cuidadosamente y disparó a uno de ellos. Al momento una bola de fuego cayó pesadamente al suelo. El aire se refrescó un poco y la gente, agradecida, corrió a ver a su caído enemigo. Todo lo que encontraron fue un cuervo gigante con tres patas derribado en el suelo.

Yi colocó otra flecha en el arco y disparó de nuevo y otra bola de fuego cayó del cielo. A sus pies yacía muerto otro cuervo con tres ptas. Pero los soles seguían sin obedecer y una a una las flechas de Yi los alcanzaban, y la tierra volvió a respirar de nuevo.

Afortunadamente para la tierra, el emperador se dio cuenta de que era necesario que quedara por lo menos un sol para dar luz y calor. Acercándose subrepticiamente a Yi por la espalda contó las flechas que aún le quedaban en el carcaj y los cuervos caídos. Quedaban cuatro flechas y en el suelo yacían seis cuervos. Rápidamente el emperador robó una flecha del carcaj para asegurarse de que uno de los soles sobreviviría. Yi estaba tan ocupado que no se dio cuenta y siguió lanzando sus flechas hasta que no le quedó ninguna. Un solo sol, pálido en comparación con el resplandor que irradiaban los diez, quedaba aún en el cielo para no desviarse de su camino.

Los soles ya no estaban, pero para que la tierra pudiera volver a la normalidad había que controlar a los monstruos. Con una nueva provisión de flechas, Yi los cazó despiadadamente. En la llanura encontró a uno que la gente llamaba Gran Viento, un enorme pájaro parecido al pavo real, con cola desplegada y cruel pico de águila, que, como el águila, descendía en picado para llevarse hombres y animales, y cuyas alas eran tan enormes que desencadenaban torbellinos. Yi sabía lo poderosas que eran las alas de Gran Viento, que le permitían volar a tal velocidad que probablemente escaparía antes de darle ocasión de disparar más de una flecha. Cobijándose en un risco de una montaña lejana, esperaría que se le curasen las heridas para volver de nuevo a devastar las llanuras. Para impedirlo, Yi ató una fuerte cuerda hecha de seda a la flecha, y con mucho cuidado lanzó ésta de modo que atrapó al gran pájaro por el pecho y, antes de que el pájaro se diera cuenta de lo que pasaba, Yi había tirado de la cuerda arrastrando al monstruo al suelo para poder matarlo con el cuchillo.

Yi se dirigió entonces hacia el lago Dong-ting, que se halla en la parte central del río Yang-Tse. En este lago, al evaporarse el agua, había aparecido una inmensa serpiente que hacía zozobrar todos los botes de pesca, y se tragaba a los pescadores antes de que pudieran alcanzar de nuevo la orilla. Yi tomó un bote y remó de arriba abajo para atraer la atención del monstruo. Tuvo que esperar poco, pues la horrible cabeza de la serpiente no tardó en aparecer tras su cuerpo que se enroscaba al avanzar hacia la presa.

Yi disparó flecha tras flecha, pero la piel de la serpiente era escamosa y tan fuerte que apenas las notaba. Yi tuvo que acercarse y luchar cuerpo a cuerpo desde su diminuto bote y, cuando ya todo parecía perdido, logró clavarle la espada en el corazón. Con un último coletazo, la serpiente desapareció para siempre bajo las aguas del lago. Una multitud de pequeños botes partieron de la costa y escoltaron a Yi hasta su morada, pidiéndole que se quedase con ellos. Yi se negó, diciendo:

—Mientras queden monstruos vagando por la tierra, nadie estará a salvo. No podré descansar hasta que estén todos vencidos.

La última lucha de Yi tuvo lugar con un jabalí gigante, devorador de hombres, que vagaba por un bosque de moreras. Era grande como un buey y cada noche destruía los cultivos, se llevaba ganado y a veces atacaba incluso a los campesinos que eran lo suficientemente tontos como para salir de noche por el campo. Ni siquiera este terrible animal pudo con Yi y su arco y flechas mágicas. Le disparó a las patas y lo arrastró vivo ante los campesinos a los que tenía aterrorizados.

Se organizó una gran fiesta y se mató al jabalí en una ceremonia. Luego lo asaron y se lo comieron. Hasta el emperador estuvo celebrando la muerte del último monstruo y el comienzo de una nueva época de paz y seguridad. A Yi le dieron los mejores pedazos de carne para que los llevara consigo al cielo como agradecimiento a Dijun, el dios que le había enviado para salvar la tierra[b 1].

Bibliografía[editar]

La Bibliografía se compone de recursos informativos que existen en la "vida real".
  1. Tao Tao Liu Sanders (1980): Dragones, dioses y espíritus de la mitología china, p. 25 y 28.

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Mitología china:
Hou Yi
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